Navidad en Bariloche, Navidad en el Paraíso

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El clima de los últimos días en Bariloche es ideal, perfecto, amado por todos. Las temperaturas máximas rondan los treinta grados, sin mucha humedad relativa y sin vientos molestos. El bienestar se reparte sobre los cuerpos.

Sonaron las doce, se abrieron los regalos (aunque ya sabemos que el verdadero regalo nunca está dentro del paquete, sino en las mando de quien lo entrega), el día de navidad empezó sereno y desabrigado, y la noche invitaba a no dormir. Cuando salió el sol y las mayorías estaban en la cama, las playas ya sabían que iban a recibir visitas.

Recorriendo Bariloche en Navidad

Los primeros, en realidad, ya estaban ahí. Frente al Centro Cívico, un grupo de amigos seguía acompañándose mientras despuntaba el amanecer sobre el Lago Nahuel Huapi. Cerca de ellos, un pareja de adolescentes recién formada roncaba, o mejor dicho ronroneaba. A doce kilómetros hacia el oeste, en la playa de Bahía Serena, dos ingleses discutían el punto cardinal donde imaginar a Londres, tanteando al cielo a la izquierda del sol.

El mediodía era un concierto de aromas a asado. En la costa del lago Gutiérrez, una familia completa mojaba sus pies en el agua, un rato antes de su futuro que los mostraría mojándose completos chapoteando en las aguas calmas, mientras el tío Víctor cuidaba las brasas y el cordero. Diez metros más allá, a la sombra de un cohiue fresco, tres artesanos de Mar del Plata arrebataban los chorizos pero se aprestaban a ser pacientes con las mollejas.

En playa Melipal, Carlos y Julia hablaron al sol sobre el nombre de su futuro hijo hasta que tuvieron que correrse a la sombra. Había mucha gente alrededor y decidieron cambiar de tema. Tres kilómetros más allá, en Playa Bonita, “estallaba” a partir de las cuatro de la tarde, cuando las comilonas de mediodía empezaban a amainar.

Casi no soplaba viento, el sol era generoso, las aguas transparentes invitaban… en algunas playas con tibieza, en otras con cierta frialdad, pero el agua patagónica muestra los fondos y seduce.

En una playa sobre “el morenito” (un sector del Lago Moreno cercano a la laguna Ezquerra) un grupo se reparte como cartas: Barilochenses mezclados con brasileñas, suecas y una norteamericana. Las bebidas serán sidra, champán, mate y jugo de sauco. Quizá no se dieron cuenta, pero disfrutaron la hermosa inexistencia de parlantes de autos ruidosos, músicas de moda a altos volúmenes o motores fuera borda que agiten la paz de las orillas. La tranquilidad era tanta que cada uno pudo recostarse en el mundo con tanta confianza que ni un pensamiento molesto se acercó a merodear.

A diez metros, el muelle está estirado sosteniendo las charlas amables de cinco amigos. La cerveza helada pasa de mano a hermano refrescando una anécdota. Del otro lado, un niño de dos años y su prima de tres juegan a hacer un volcán: amontonan la arena y le dan la forma y le hacen el cráter principal, y le tiran adentro unos papeles, y le piden al sobrino mayor que les dé fuego, y una vez encendido el volcán se alejan para ver en mejor perspectiva el humo que certifica la erupción.

Cuando el sol se va yendo la luna llena empieza otra vez el show que ya deslumbró a tantos en estos días, se levanta sobre las aguas con reflejos de lujo y propone que la noche siga caliente. Las mesas se arman otra vez con las sobras de las sobras, ahora ya con mucho menor interés, y se comenta el placer vivido.

El reloj termómetro de calle Mitre marca 24 grados y medio cuando falta un minuto para la medianoche. Es un momento que no se vive con facilidad en estas latitudes, las medianoches suelen ser frías, y este clima de hoy ha sido el principal regalo navideño que hemos disfrutado Navidad en Bariloche, Navidad en el Paraíso.